domingo, 24 de abril de 2016

Animal de la noche

Toda mi vida ha sido una larga noche. Noche de alcohol,
y de drogas, y mujeres, que decían amar a la noche.
Así fue hasta que llegué a esta ciudad, una tarde de noviembre,
cuando el sol era cada vez más débil, y agonizaba en la calle.
Porque el sol es una respiración, un lenguaje, algo que ya
tartamudea para siempre. Porque, en nuestro afán de servir
a Dios, hemos roto la luz del mundo. Y eso, entretanto sigue
agonizando ahí fuera. Porque el sol no vive del pan, sino de los
hombres. Pero ésa fue la última mañana que vi el sol brillar en
esta horrible ciudad, en esta ciudad llamada espanto.
Al día siguiente, cuando yo esperaba aún el sucio amanecer y
los torpes recuerdos de la borrachera, no amaneció.
Recorrí con pasos de borracho la ciudad, pero inútilmente.
El sol ya no brillaría más. A partir de entonces decidí escribir,
como Proust, por la noche: decidí no dormir, para vengarme
de la noche: andaba con pasos errantes por la celda de mi
habitación, pero inútilmente eran el recuerdo y los pasos de la
memoria: no amanecería otra vez.
La gente , en la oscuridad, tropezaba por las calles: algunos
gritaban, implorando al sol, pero ya no amanecería.
Del sol sólo quedaban los recuerdos: de excursiones al amanecer, de borracheras, de tropiezos.
Leopoldo María Panero





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